Se acabaron los momentos de bañera, las carreras por el pasillo, las conversaciones de balcón, la suciedad de una cocina para jugadores de baloncesto, los techos con fruteros... Quedaron atrás los fados de la vecina escuchados a lo largo de la calle más oscura: rua das flores sonaba por las noches. Dejamos de ver a la pintora de enfrente que dormía por el día; al perro que sacaba al niño; a la mujer del vaso de leche y al tendero con su frase "sucesso, maravilha".
El ahora traduce todos esos momentos a una habitación llamada estudio; a un vecindario que se asoma a una corrala; a unas calles con encanto, tiendas con solera, perros de raza y dueños de pedigrí.
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