Siento mis poros castigados, resentidos de una larga noche llena de alcohol y humo. Al día siguiente miro la televisión, hay un partido de tenis y me fijo en esas piernas llenas de músculos, dipuestos a romperse por la pelota. Esos poros transpiran sudor limpio, eliminándolo de un cuerpo sano. Disfruto observando el contraste que existe entre esa figura en movimiento y la que reposa relajada, delante del televisor. Mis poros se quejan, se abren para gritar y no les dejo que sigan viendo el partido. Decido ir a ducharme, les sacio de agua limpia y mimo con un poquito de gel. Una vez callados, les compadezco y pienso cuando será la próxima vez que les contamine.
Esa misma mañana, antes de ese partido, caminaba cansada de vuelta a casa. Mi yo me regañaba por el aroma trasnochado que desprendía, sin poder hacer otra cosa que sentir vergüenza, al cruzarme con personas de rico olor, ese mismo que tenía yo cuando salí, dispuesta a confiarme al destino.
Es curioso como un mismo reloj, marca el comienzo para unos y el final para otros, distinguiéndolos, únicamente, por aromas humanos.
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