sábado, 18 de abril de 2009

EL CAFÉ DE LAS AUSENTES

Los cafés en casa mi abuela, los recuerdo con nostalgia. Yo era muy pequeña cuando me encontraba rodeada de piernas gruesas de señoras mayores, todas ellas con caras maquilladas de colores chillones y desprendiendo un fuerte olor a laca. Iban llegando casi siempre por parejas y mi abuela las abría la puerta para después dirigirlas hacia el saloncito verde. Recuerdo esa araña de luz convertida en lámpara, haciendo brillar las joyas de las presentes, únicamente lucidas para la ocasión. Recuerdo esos ricos dulces que salían de la cocina, cruzaban el largo pasillo y llegaban a la mesa del café. Odiaba esos besos sonoros que me regalaban insistentes, sólo quería que me dejaran observar y que no se dieran cuenta de mi presencia. Hablaban y hablaban o mejor dicho cotorreaban. Ahora con otra edad, me hace gracia, pensar en la "pandilla" de mi abuela y la competencia que inconscientemente existía entre ellas. Las apariencias, los mejores trapos, las mejores alhajas... todo esto por muy superficial que pudiera parecer, hacía que se volvieran a juntar y se volvieran a ver esas "viejas" amigas de la infancia.
En estos momentos, da tristeza pensar que de aquellos momentos sólo queda ese saloncito verde, donde lo único que tiene lugar allí es el café de las ausentes.

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